Dulces esencias

domingo, 6 de julio de 2014

Un frente más

Soy una enorme inepta. A veces pensar me viene grande y hago estupideces. Como resultado os presento mi nuevo blog. Es informal y hablo de cosas más personales, no esperéis literariedad, sólo palabrotas.
Esto no quiere decir que abandone estos lares, sino que tengo varios frentes abiertos que espero poder cubrir en condiciones. Sin más dilación:
Sed bienvenidos

BELLADONA PARA DESAYUNAR

miércoles, 18 de junio de 2014

Dramas estivales I

Junio. 30 grados a la sombra. 

Las almas desprenden una estela de hedor inaudito tras de sí. Ese sudor pegajoso, mezclado como un elixir con el olor corporal, los perfumes aberrantes, las cremas, los desodorantes...o la cúspide de todo mal: con la ausencia de higiene.

Hace tanto calor, que la saliva se transforma en una pasta que rezuma por la comisura de los labios en forma de una pomada blanquecina. Se te quedan pegados los muslos bajo el vestido, el roce, la incomodidad. La ansiedad por una cerveza helada que, aunque en principio quieres dentro de ti no desdeñas la idea de echártela sobre la cabeza y así sentir su cuerpo lamiendo el tuyo.

De la nada surge una mujer de mediana edad, envuelta en oros y salandias de mercadillo. Se sienta a tu lado, bien pegada, sin dar paso a la transpiración vital. Hay más sitio, es algo que no comprendes pero lo dejas pasar. Te fundes en una mimosa simbiosis con tu lectura cuando un crujido profanador de algún tipo de plástico susurra tu nombre. Escuchas cómo se despega una lengua de su paladar, un bocado, la fricción de diente y mantecado. Ese olor a bollería industrial. El horror. La náusea.

Temerosa miras por el rabillo del ojo y observas otro bocado casi obsceno. Tu oído se agudiza en una especie de chiste íntimo y oyes el armonioso masticar: lento, ávido, parsimonioso...y la crema que se forma con la saliva, blanca, espesa, cuasi espermática; como si fueran miles de babosas desháciendose al contacto. No puedes esconder la mueca de repulsión.

De pronto, un buche de agua calentorra se abre paso por esa boca infesta y la ves ejercer cierta presión contra su garganta. Se desliza con brusquedad y despierta en ti el temor de la tos, del aliento ajeno violando tu olfato, del puré ceremonioso manchándote el vestido. Otro buche. Y otro más.

Y al fin el crepitar del envoltorio y unos pasos que se alejan... El alivio y...en fin, el verano.




lunes, 2 de junio de 2014

A la vejez, viruela

¿Qué hacer cuando la vida te huele a viejo? 
A ese olor entre rancio y muerte venidera, a perfume plomizo y alcanfor, a recuerdos y a un futuro demasiado incierto como para contemplarlo.


He de decir que los ancianos me incomodan. Creo que su sabiduría me perturba tanto como su soberbia. Pero qué hacer, son un saco de carne arrugada y huesos con muchas vivencias a la espaldas, no se puede ignorar eso. Me he pasado la vida ajena a ellos porque mis abuelos murieron pronto. Les recuerdo a medias y no pienso en ellos, aunque sé que les quería a mi modo de pastelitos de domingo y triquiñuelas bajo la mesa. Aún laten en mis sienes esas malditas preguntas trampa de la Yaya: ¿A quién quieres más a mamá o a papá? 

"Pues mire señora no lo sé, mi padre me aúpa en sus hombros y cantamos bajo la luna llena y mi madre me acaricia la cabeza y me da besitos de mariposa con las pestañas. Me deja usted en una posición un tanto comprometida."

De mi Dodo recuerdo poco, que yayo me parecía vulgar a mis tres años y me las ingenié para darle mi toque personal. Si cierro los ojos oigo su butaca en una sinfonía de horror y se me clava su iris azul en las pupilas; lo demás, es mejor olvidarlo. De mi abuelita Ana solo puedo balbucear nostalgia contenida y mucho pesar, la distancia a veces es una muerte reducida, una ausencia torpe y boba que nadie puede salvar.

Sin embargo en estos días, por mucho que yo les esquive, se abren un paso raso y cruel ante mis retinas. No es que yo no les quiera ni ver, no me repugnan, ni me asustan... Es, sencillamente, que me hacen llorar por dentro, se me desgaja el alma como una mandarina de temporada en manos hábiles. TAN pequeñitos, TAN encorvados, TAN frágiles y TAN vulnerables. Tan, tan, tan, tan... que casi veo la sombra de la guadaña haciéndose pasar por cuarto menguante en una madrugada de verano. Y es que yo con los años me he hecho temeraria de la muerte, y no de la propia sino de la ajena. Me da no sé qué.

Será un pequeño deje de culpabilidad; yo aquí, intentando construir mi vida a duras penas, lozana y poco agraciada pero con mucho que arrebatarle a la vida, antes de que ella me lo arrebate a mí... y ellos que se acaban, poco a poquito, a sorbitos tímidos.

Y qué hacer, si aquel hombrecito de mirada tierna a pasos desgañitados trata de alcanzar una acera que se le antoja el Kilimanjaro. Que se agarra con fervor a una barandilla roída por los excrementos de las palomas con cara de horror y triunfo por el crudo pavor a la muerte. Y yo le contemplo, le añoro sin conocerle y no hay cosa que más desee en ese momento que arrancarme diez años de vida para insuflárselos a él, para no verle sufrir, para no verle temer.

El asiento cedido a una fatigada cabellera de estrellas, enfundada en un traje azul de domingo y comprender que no es el traje el que le adorna sino que es ella la que lo adorna a él. Y verla cansada pero feliz, con el carmín de chinchilla arropando la puerta de la sabiduría.

Y al fin y al cabo pensar, que es mejor apreciar la vejez que no poder contemplarla nunca.




martes, 3 de septiembre de 2013

Para ti, camarero.

Se te caía un poco de vida en cada vaso de café que servías. La derramabas, sin darte cuenta, en ese cristal rallado de tanto lavarlo. Si nos despertaba era en parte por ti, pues como quien cree en Dios, algunos creemos que un buen camarero tiene su pequeña dosis de poder sobrenatural.


Admítelo, eras huraño. Te costaba sonreír, quién sabe por qué, pero cuando lo hacías era como un premio para los que te veíamos a menudo. Siempre atento aunque a la vez siempre a tus cosas, a tu rumiar perpetuo de pensamientos, de deseos. A veces te veíamos mascullar entre dientes alguna maldición, porque la humanidad, esa maldita zalamera,  nos vuelve locos a todos y en ocasiones hasta nos hace odiar la vida. ¿Cuánta ironía puede verterse en una taza? Siempre diligente, siempre ausente, siempre en silencio.

Admito que toparse contigo era ridículamente extraño. Nunca sabré si debería haberte saludado con más efusividad o si eso te habría molestado; qué sé yo, me sabía mal arrebatarte tu paz y ahora daría lo que fuera por hacerlo. Pero ahí estabas, en la esquina de la cafetería, dando una profunda calada a tu puro cubano, olvidando las penas, dejándolas bien atrás, a tus espaldas, entre las sillas, bajo las bandejas, empapando las servilletas que cada día te han dado las gracias por tu visita. Y te marchabas sí, pero siempre para volver.

Sin embargo, una vez más, hemos de decir adiós. Ese adiós frío y lleno de tristeza que se les da a los que ya no retornan, ese adiós vacuo y tonto. Insustancial. Que no dice nada pero se lo lleva todo. Así que mejor te digo gracias, por tus cafés, por tus medias sonrisas, por abrirme la puerta del metro unos días antes de tu retirada, por haber estado y por la compañía que le harás ahora a los míos, que tampoco volverán.



Y ya está.

sábado, 31 de agosto de 2013

Cimientos

Vivir la vida o que la vida te viva a ti. Vivir, respirar, suspirar. Aire. Observar la vida del resto, mientras la tuya propia se escapa, se inhibe, se hace pequeña e insustancial. Inútil. Candente como las llamas sobre la madera. A menudo enlazamos rutinas porque quizá de esa manera las cosas parecen tener más sentido. Me levanto por las mañanas -utilizo cuatro despertadores diferentes porque la vida se me hace pesada por las mañanas y me oprime los pulmones, y así, de a poco, se alza por encima de mis costillas y me permite despertar-. No me gusta vestirme en seguida, así que deambulo por la casa, entre acelerada y parsimoniosa, sin saber muy bien si voy tarde o no voy. El té con leche, las tostadas, las obligaciones. Maquillaje en el espejo del alma, mucho, porque mi alma está más turbia que de costumbre. Coger el tren, el metro, cruzar la puerta de la cafetería y aposentarme, como una señora de alta alcurnia, en una silla de madera vieja, incómoda. Férrea.

Si la vida es eso que se escapa mientras hacemos otros planes entonces he de decir que no tengo vida, porque todo se paralizó hace un tiempo, en seco, sin avisar, sin más. Cimientos reforzados durante años cedieron ante las incongruencias que la vida acostumbra a regalarme, algo así como un trofeo lleno de malas pasadas; con un letrero roído del que apenas se puede leer mi nombre. Pero en fin, el reloj no se para, el minutero es nervioso y sigue adelante, tictac.

Robar miradas, anhelar, desear, desearte. Y echar mucho de menos. Viernes sin planes, comer techo, y que eso no importe. Porque nada importa ya.



sábado, 1 de diciembre de 2012

Ausencias


Cuando una persona se marcha, su ausencia se encuentra en las pequeñas cosas, en esas pequeñas manías que mientras están a tu lado invocan una furia pasiva que te sacude por dentro para escupir cuatro blasfemias incoloras y así quedarse uno vacío de rabia.

Cuando su ausencia invade los rincones, es el momento en el que esas manías se transforman en susurros de nostalgia y sabes que lo que queda apenas son ecos del pasado. Cuando ya no hay platos apilados en el fregadero, cuando ya no escuchas el hilo de la radio allá por donde pisas, cuando el recuerdo de las napolitanas calientes se diluye en el tiempo, cuando de las discusiones sólo quedan los perdones y la estela de las promesas rotas que se llevó consigo.

La ausencia duele, rasga y destroza pero aún desgarra más cuando te encuentras con el último rescoldo de esas costumbres que tanto te irritaban, cuando encuentras el último boli sin tapa, el último mensaje escondido en tu bandeja de entrada, cuando entiendes que después de todo aquello, lo último que te queda es su silencio y nada más.  

lunes, 19 de noviembre de 2012

Marcial


El calor asfixiaba como un violador a su víctima. Las gotas de sudor resbalaban por la nuca de Marcial, formando un charquito en la rabadilla que se traspasaba a su camisa, una camisa hortera de rallas verdes y blancas con mangas cortas; un pantalón sobaquero culminaba su atuendo con un cinturón de piel barata. Se encendió un pitillo y salió a la calle. El aire caliente le abofeteó y sintió mimetizarse con el ambiente, si había algo más caliente que un viernes de julio a las seis de la tarde, ese era él.

Se había divorciado de su mujer hacía unos años, sabía que no era un Adonis pero que otra mujer se hubiese fijado en él lo había hecho sentirse el joven que ya no era. La cosa no duró demasiado, un affaire sin importancia que no le había llevado a ninguna parte. Desde entonces sólo encontró compañía entre los brazos de las putas. Luisa era su favorita, 23 años incólumes mancillados por cada embestida de su polla marchita. Le gustaba creer que la joven veía algo en él pero Luisa tan sólo notaba su aliento rancio en la entrepierna, su lengua agrietada y blanquecina barriendo sus caderas y sus dientes amarillos por el tabaco chocando contra los suyos en un beso demasiado furtivo. Siempre ansiaba la huida, el terminar, el silencio quebrado por la respiración acelerada de Marcial, tendido sobre la cama desgastada del hostal. Se ponía la ropa interior perfumada, cogía el dinero y se iba como alma que lleva el diablo.

Cuando llegó la crisis, Marcial tuvo que renunciar a las putas y con ello, renunciar a Luisa para lidiar con una soledad a la que no estaba acostumbrado. Fue por ese motivo por el que contrató una tarifa de datos que dedicaba exclusivamente al porno.

Aquel viernes estaba especialmente excitado, no sabía si era la ola de calor o la abstinencia obligada, pero allá dónde miraba encontraba alguna joven jugosa a la que le gustaría arrancarle las bragas. Adoraba la nueva moda basada en la ausencia de cualquier cosa, faldas cortas y mucha carne que mostrar.

Se metió en la boca del metro, una brisa calentorra le envolvió y unas enormes gotas de sudor resbalaron por sus sienes. Apenas lo notó, toda su atención se centraba en las nalgas de una niña de dieciséis años que asomaban indiscretas por un short demasiado corto. Se le puso dura en un microsegundo y aprovechando que tenía las manos metidas en los bolsillos se palpó disimuladamente, unos golpecitos de consuelo. Carraspeó y recogió las gotas de sudor con la palma de la mano, esperando que se le bajara la erección lo más rápido posible. Dirigió sus pasos distraídos a un andén cualquiera del metro y divisó el panorama, madres con niñas demasiado pequeñas, obreros cansados profiriendo un hedor indescriptible y sí... ahí estaba, una joven enfundada en un vestido negro, siguiendo el ritmo mudo de la música que salía de sus cascos.

Marcial no tenía un patrón fijo de mujeres, el morbo que rezumaban era por distintos motivos, tener unas piernas muy largas, el cabello demasiado corto... daba igual, el deseo que suscitaban residía en determinados detalles. Sin embargo, había ciertos universales como las colegialas en las películas porno y las góticas o cualquier derivado salido del Averno que pudiera llevar un látigo de siete colas en el bolso. Y allí estaba, joven, dominando el andén. Marcial lo vio claro, aquella tarde se sentía especial. Se pasó la lengua por los dientes y se peinó con la mano, intentando disimular la calva, el poco pelo que le quedaba, una alfombra mugrienta con cuatro mechones llenos de grasa. Se pensó infalible, atractivo, era hora de desenfundar sus armas.

Se acercó aprovechando que el tren estaba a punto de llegar, las palabras salieron de su boca como un buche de vómito caliente una mañana de resaca: "¿Y tú eres... gótica?" Una mueca de asco cruzó el rostro de la muchacha, como un relámpago en una noche estrellada. Marcial trató de agradarla con una conversación vacua, plagada de flirteo oxidado: "¿Sabes? Le fui infiel a mi mujer, la dejé y dejé a mis hijos. Con el tiempo me eché una novia de tu edad; ella tenía novio pero quedábamos y follábamos como cerdos. Sexo sucio, salvaje, de lo más caliente. Yo a ella le gustaba... quizá tú y yo podríamos... Seguro que eres buena en la cama" apuntilló mientras le tocaba un brazo.

Su víctima no pudo hacer otra cosa que esconder su espanto, rechazó a aquel cuarentón infame y se marchó a paso rápido, al borde de la arcada. Marcial se quedó sin saber qué decir, con la costura del pantalón extrangulándole los huevos, duros como bolas de petanca. Metió la mano en el bolsillo y contó los billetes que había, dos rojos. Igual le daban para una mamada y así revivir viejos fantasmas, mientras ahogaba sus penas en la boca de su prostituta favorita.