Dulces esencias

martes, 27 de diciembre de 2011

Solitude



Monstruos disimulados se esconden bajo tu insomnio. El tic tac del reloj aplaca el silencio nocturno para que no te sientas tan sola. Tonta alma desvelada, te meces en tu propio desespero intentando encontrar el consuelo que otro tonto no te da.


Pertenezco a este lugar
Y te vas a la cama triste, ajada, cansada... paladeando todavía el sabor del inconformismo que no quieres aceptar; que no te vale la vida, que quieres más. Que estás harta de lamerte las heridas a solas, quieres besos furtivos bajo las sábanas desgastadas de tanto llorar, abandonar la estela solitaria que proclamas como bandera fingida, rasgar la piel de escarcha de otro monstruo en una lucha carnal.


Que tu deseo es bailar con la vida y hacer de ella un cocktail tan dulce como un panal.

viernes, 25 de marzo de 2011

viernes, 11 de marzo de 2011

Tardes

Minerva era una niña de doce años que conservaba de forma férrea su actitud infantil, quizá de forma inconsciente intentaba madurar y se adornaba aquí y allá con objetos que ella consideraba de persona mayor. Pese a su nombre de diosa, no portaba su grandeza etérea y divina, o al menos eso creía ella, pues siempre se había considerado muy pequeñita al lado de los demás. Acostumbraba a salir con poca gente, con los que como ella, se consideraban algo diferentes aunque ante los ojos del resto, no eran más que marginales. 
Aquel año corría la moda de las plataformas, se quedaba embobada mirando esas botas enormes de tacones bastos y exagerados como si fueran joyas de alta gama. Ella quería sentirse Drag Queen en las discotecas light, admirada y querida por todos para así olvidar sus kilos de más y su ingente masa de acné precoz. Pero no podía ser, era tarde para ella desde hacía cinco años,época en la que había descubierto un cd rallado de Nirvana en una bolsa plástico de Continente. 


Sin embargo, una tarde en la que no sabía muy bien cómo, había quedado con una compañera inusual de clase, una de esas que calzaban botas y se relacionaban con chicos de cursos superiores. Se calzó sus sandalias baratas de plataforma, se puso una falda vaquera y una camiseta verde podredumbre, y salió con su mejor complemento: una amplia sonrisa. Creyó con fiereza que sería una de las mejores tardes de su vida, si bien es cierto que en el fondo había un poso de inquietud y miedo que nadaba entre sus entrañas. Pero allí estaba, frente a un grupo de chicas delgadas que saludaban con dos besos (¡¡dos besos!!) y hacían de sí modelos cosmpolitas de finales de los 90. Nunca se sintió tan chiquitita. 


La tarde transcurrió pesada y lenta, donde huir era la opción más vergonzosa pero por otro lado, la única manera de salvar la poca dignidad que le quedaba. Tomó aire profundamente y suspiró, no pertenecía a aquello, jamás lo haría y debía marcharse, era lo más inteligente. Una pelirroja de pelo lacio, de cara bonita y rasgos adultos, decidió que era un chiste escupirla a la par que clamaba que había tomado zzzzopa para comer. Una y no más, se dijo Minerva, y con una mala excusa que ponía al descubierto su incomodidad se marchó cabizbaja.


A las pocas semanas se volvió a encontrar a la pelirroja de pelo lacio; casualidades de la vida, aquel día también había tomado sopa.

Hospitales

En un hospital todo huele a aséptico fingido. Es raro, es inquietante...es un lugar donde se mezcla la esperanza con la muerte. Estar en un hospital duele, a cada uno de una forma diferente. Al señor sentado de enfrente le tiembla todo el cuerpo pero tiene una sonrisa medio perfilada entre sus arrugas de mazapán, una mujer anciana tiene un pie escayolado y yo no sé de dónde sacará las fuerzas pero agarra sus muletas como no podría hacerlo yo. Luego están los de las camillas, almas en pena, resignadas a lo que tenga que ser; y las largas esperas en sillas de madera que ya han visto más de lo que querrían ver. Los hospitales también son un paraíso fiscal de Blackberrys y chicas con moños altos de vaqueros ajustados, es perturbador, dos enormes perlas han tomado el poder y reinan sobre ellas todas, como un Señor Oscuro.


La aversión por los hospitales es una práctica muy extendida, yo no sé lo que sentirá un médico al decir que te vas a morir, que tus sueños se quedan ahí, truncados, a merced de una devastadora y trémula conquista de aquello a lo que todo humano teme. Yo no sé, la verdad, si se les quiebra la voz o yacen enteros, ahí, quietos y rígidos en su silla monárquica sabiendo que por dentro hay alguien que se deshace y al que vencen todos sus resortes oxidados. Yo no sé, la verdad, si esos ojos cristalinos del doctor desprenden melancolía o una estela de costumbre compasiva que se borra con el eco de una puerta mal cerrada y el llanto ahogado del que se Va.

jueves, 17 de febrero de 2011

Desayunos

Patricia era de ese tipo de mujeres que caían mal. Hiciera lo que hiciera, dijera lo que dijera todo sonaba con sorna, con desprecio, incluso con un deje de prepotencia que invitaba al más profundo odio. 

Siempre se sentaba en una solitaria mesa al fondo de la clase, donde se expandía toda ella, colocando aquí y allá sus pequeños tarros llenos de opulencia y amor propio, una botella de agua y sus herramientas de erudición. Pensé nada más verla que no había nada mejor para ella, una mesa solitaria para un ser que desprende soledad; qué cruel pensé después, pero me dio igual pues mis ojos ya destilaban la aversión de quien repudia sin apenas conocer.

El chirrido de una silla anunció que la espalda cansada de aquella mujer se había apoyado en sus lomos de goma espuma. No podía ser, era la frívola encarnación de esos malos de película que abrazados por sus despachos barrocos esperaban la visita de algún desvalido. Le faltaba girarse y arrancar un susurro de sus pulmones negros mientras batía sus dedos con desdén. La estampa, era cuanto menos digna de ver.

La voz enérgica de otra mujer entró en juego esa mañana, rostros anodinos y preguntas sin respuesta revoloteaban por el aula de luz clara; y un estómago que ruge en pos del demandado desayuno. Y las ganas de desayunarme a la vida y qué sé yo, a Patricia la opulenta y su voz que reverbera la Poética de Aristóteles mientras se intuye a Quintiliano en el eco de sus pasos que se alejan.

domingo, 13 de febrero de 2011


- Mamá ¿Qué se le dibuja a alguien que se muere?



Pertenezco a este lugar










Huele a muerte en las aceras,
a cáncer y a sábanas,
a  carótidas ausentes.







viernes, 11 de febrero de 2011

Ideales rotos

Anoche me pesé, sí, me pesé. Quise saber de forma numérica y exacta cuánto peso yo y cuánto mi estulticia. No sé por qué lo hice, sería por los anuncios. Visitaba una página de editoriales cuando de pronto un margen me llamaba, me sentí obligada a mirar "¿Cuánto pesas?" me decía "¡Es hora de conseguir tu peso ideal!" y sin saber cómo ni por qué motivo, me sentí ajada, triste, atacada... Pero me pesé. Y pude ver que todo aquello que había construido con el tesón de muchos años no era para nada el concepto de peso ideal que aquellos márgenes me gritaban; años de chocolatinas tristes, de tortitas enfadadas, de galletas frustradas con gotitas de decepción... todo aquello no constituía mi peso ideal sino la constancia de una vida triste que no se ajusta a los parámetros establecidos. Y pensé, para qué, mientras abría una bolsa de enormes magdalenas que sosegasen mi alma rota.


Al morder la primera, el chocolate desbordó mis labios y mientras masticaba mi pena, casi sin darme cuenta reparé en que el ideal de belleza que antaño se predicaba hiere el ego bajo de quien no lo posee hoy. Pero yo preferí seguir masticando mi pena pues se me antojaba mucho más satisfactorio, y con un click di por acabado el spleen opulento de quien no goza de sí, para así, poder gozar yo de otros.




jueves, 10 de febrero de 2011

Bienvenidos


Por el Spleen, de París o de Madrid...
Por las Quimeras, tuyas, mías o de cualquiera...
Por Serme, que me olvido...
Por la cotidianidad hermosa que no entiendo pero entenderé...

Por eso y por mucho más... 



Perfume de Láudano