Dulces esencias

lunes, 19 de noviembre de 2012

Marcial


El calor asfixiaba como un violador a su víctima. Las gotas de sudor resbalaban por la nuca de Marcial, formando un charquito en la rabadilla que se traspasaba a su camisa, una camisa hortera de rallas verdes y blancas con mangas cortas; un pantalón sobaquero culminaba su atuendo con un cinturón de piel barata. Se encendió un pitillo y salió a la calle. El aire caliente le abofeteó y sintió mimetizarse con el ambiente, si había algo más caliente que un viernes de julio a las seis de la tarde, ese era él.

Se había divorciado de su mujer hacía unos años, sabía que no era un Adonis pero que otra mujer se hubiese fijado en él lo había hecho sentirse el joven que ya no era. La cosa no duró demasiado, un affaire sin importancia que no le había llevado a ninguna parte. Desde entonces sólo encontró compañía entre los brazos de las putas. Luisa era su favorita, 23 años incólumes mancillados por cada embestida de su polla marchita. Le gustaba creer que la joven veía algo en él pero Luisa tan sólo notaba su aliento rancio en la entrepierna, su lengua agrietada y blanquecina barriendo sus caderas y sus dientes amarillos por el tabaco chocando contra los suyos en un beso demasiado furtivo. Siempre ansiaba la huida, el terminar, el silencio quebrado por la respiración acelerada de Marcial, tendido sobre la cama desgastada del hostal. Se ponía la ropa interior perfumada, cogía el dinero y se iba como alma que lleva el diablo.

Cuando llegó la crisis, Marcial tuvo que renunciar a las putas y con ello, renunciar a Luisa para lidiar con una soledad a la que no estaba acostumbrado. Fue por ese motivo por el que contrató una tarifa de datos que dedicaba exclusivamente al porno.

Aquel viernes estaba especialmente excitado, no sabía si era la ola de calor o la abstinencia obligada, pero allá dónde miraba encontraba alguna joven jugosa a la que le gustaría arrancarle las bragas. Adoraba la nueva moda basada en la ausencia de cualquier cosa, faldas cortas y mucha carne que mostrar.

Se metió en la boca del metro, una brisa calentorra le envolvió y unas enormes gotas de sudor resbalaron por sus sienes. Apenas lo notó, toda su atención se centraba en las nalgas de una niña de dieciséis años que asomaban indiscretas por un short demasiado corto. Se le puso dura en un microsegundo y aprovechando que tenía las manos metidas en los bolsillos se palpó disimuladamente, unos golpecitos de consuelo. Carraspeó y recogió las gotas de sudor con la palma de la mano, esperando que se le bajara la erección lo más rápido posible. Dirigió sus pasos distraídos a un andén cualquiera del metro y divisó el panorama, madres con niñas demasiado pequeñas, obreros cansados profiriendo un hedor indescriptible y sí... ahí estaba, una joven enfundada en un vestido negro, siguiendo el ritmo mudo de la música que salía de sus cascos.

Marcial no tenía un patrón fijo de mujeres, el morbo que rezumaban era por distintos motivos, tener unas piernas muy largas, el cabello demasiado corto... daba igual, el deseo que suscitaban residía en determinados detalles. Sin embargo, había ciertos universales como las colegialas en las películas porno y las góticas o cualquier derivado salido del Averno que pudiera llevar un látigo de siete colas en el bolso. Y allí estaba, joven, dominando el andén. Marcial lo vio claro, aquella tarde se sentía especial. Se pasó la lengua por los dientes y se peinó con la mano, intentando disimular la calva, el poco pelo que le quedaba, una alfombra mugrienta con cuatro mechones llenos de grasa. Se pensó infalible, atractivo, era hora de desenfundar sus armas.

Se acercó aprovechando que el tren estaba a punto de llegar, las palabras salieron de su boca como un buche de vómito caliente una mañana de resaca: "¿Y tú eres... gótica?" Una mueca de asco cruzó el rostro de la muchacha, como un relámpago en una noche estrellada. Marcial trató de agradarla con una conversación vacua, plagada de flirteo oxidado: "¿Sabes? Le fui infiel a mi mujer, la dejé y dejé a mis hijos. Con el tiempo me eché una novia de tu edad; ella tenía novio pero quedábamos y follábamos como cerdos. Sexo sucio, salvaje, de lo más caliente. Yo a ella le gustaba... quizá tú y yo podríamos... Seguro que eres buena en la cama" apuntilló mientras le tocaba un brazo.

Su víctima no pudo hacer otra cosa que esconder su espanto, rechazó a aquel cuarentón infame y se marchó a paso rápido, al borde de la arcada. Marcial se quedó sin saber qué decir, con la costura del pantalón extrangulándole los huevos, duros como bolas de petanca. Metió la mano en el bolsillo y contó los billetes que había, dos rojos. Igual le daban para una mamada y así revivir viejos fantasmas, mientras ahogaba sus penas en la boca de su prostituta favorita.